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Se celebran hoy mismo las elecciones al Parlamento Europeo y es esta una ocasión oportuna para hacer alguna consideración sobre lo que esto significa, teniendo en cuenta cuál es el contexto actual en que se desenvuelve la Unión Europea. Y convendrá, ante todo, llamar la ... atención una vez más sobre la importancia que tal evento tiene, pues es de sobra sabido que no siempre ha sido percibido así.
Con frecuencia ha ocurrido que estas elecciones, que unas veces se han celebrado aisladas y otras veces coincidiendo con distintas citas electorales, han sido vistas con más lejanía y con menos interés que las demás que conocemos. Influía en ello la falta de percepción clara, tanto del funcionamiento de las instituciones comunitarias, como de la actividad que desarrollaban en el ejercicio de las competencias que tienen atribuidas. Más aún, el hecho de que, tratándose de competir en una única circunscripción nacional, hubiera más oportunidad de obtener representación que en una elecciones nacionales provincia a provincia por el juego de la proporcionalidad, siempre estimuló la presentación de candidaturas no homologables, salvo las de los grandes partidos, a las habituales en otros procesos. Baste observar que los partidos nacionalistas comparecen asociados unos a otros en la misma candidatura para aprovechar voto acumulado en el conjunto del país.
Es probable que esas circunstancias, y seguro que otras más, tuvieron como efecto una participación comparativamente baja para la elección de los 705 escaños que tuvo el Parlamento Europeo repartidos entre los 27 Estados miembros en razón de su población. Esta vez se elegirán 720 (hubo hasta 751 antes del Brexit), correspondiendo a Alemania la cifra más alta (96) y a Chipre, Luxemburgo y Malta la más baja (6), siendo 61 la de España. Pues bien, desde que hay elecciones al Parlamento Europeo, solo la primera vez, en 1979, la participación superó el 60%, y por muy poco (61,99), y eso que entonces solo votaban 9 países, y en alguno era obligatorio votar (era el caso de Bélgica, donde la participación alcanzó algo más del 90%. Después, la participación ha ido cayendo hasta su nivel más bajo (42,6% en 2014), con un repunte en 2019 (50,6%).
No es de extrañar que en esa evolución de la participación hayan influido las políticas desarrolladas desde Bruselas en las distintas coyunturas. En 2014 pudo influir la decepción general por la forma tan austera de afrontarla crisis económica de los años anteriores y en 2019 pudo ocurrir que la luz al final del túnel empezaba a verse. Si esa relación entre políticas y votos fuera cierta, como creo, es previsible que esta vez aumentará sensiblemente la participación, en la medida en que se ha percibido una política más holgada y expansiva de afrontar la crisis sanitaria y bélica que hemos padecido. Por ahí van los pronósticos que, con carácter general, lo predicen. Tal vez nunca como ahora se pudo percibir el impacto real de lo que allí se decide y la diferencia de unas y otras formas de actuar, en cuanto a los efectos reales y directos, no ya solo sobre los países, sino también sobre las personas. Y, efectivamente, todo lo que ha pasado hace que cada vez haya más gente que sabe que en la protección del medio ambiente, en el avance de la igualdad, en el desarrollo de la investigación, en la composición de los alimentos o los medicamentos, en la ordenación de las comunicaciones, etc., etc., las decisiones principales se adoptan allí.
Pero luego está la política, obviamente. No sé con exactitud cómo estará el ambiente preelectoral europeo en los demás países, pero el de aquí deja bastante que desear. El afán plebiscitario que hace que todo se plantee como otra vuelta de tuerca de la política nacional, hace que el debate sobre los asuntos propiamente europeos pase bastante desapercibido. El grueso de los discursos tuvo siempre más que ver con las querellas nacionales, a menudo valorando el contexto europeo en los términos en que se valora la política nacional, trasladando las estrategias de acá para allá. Muros, trincheras y bloques, con el mismo relato, y con poca atención a lo fundamental, me parece a mí.
Si pensamos un momento en la historia de la Unión Europea, fácilmente podremos comprobar que, viniendo de donde veníamos en los años 40, todo se hizo con transversalidad. Europa no se explica sin los grandes acuerdos, y las complicidades, entre el centro izquierda y el centro derecha, entre la socialdemocracia y la democracia cristiana, cada una en las peculiares variantes de cada lugar. Esto es exactamente lo que hoy está en riesgo, bien sea porque el muro, ya demasiado alto, se pone en exceso hacia la izquierda y deja fuera demasiado espacio, bien sea por la posibilidad de que las alianzas posteriores configuren mayorías complicadas para el propio proyecto europeo a la derecha de una trinchera ya demasiado profunda. Ese proyecto se construyó frente a las dos experiencias, el comunismo y el fascismo, más trágicas de la historia del continente, y fue posible por eso, porque el muro de un lado y la trinchera del otro se colocaron en lugar adecuado, dejando en medio un amplio espacio de confluencia en lo fundamental, que era la democracia y el desarrollo equitativo en paz y libertad.
Vistos los grandes retos de hoy, sea el de las grandes líneas de una política económica justa en un contexto muy competitivo, sea el de una estrategia compartida en los asuntos, como las migraciones o el medio ambiente, sea el del papel de Europa en un ámbito mundial, tan conflictivo, en el que las relaciones exteriores y la defensa necesitan más integración que nunca, fácilmente se comprenderá la necesidad de recuperar algo de los grandes consensos que alumbraron la creación y la mayor parte del desarrollo de este singular proyecto, que ha sobrevivido, superando dificultades de todo tipo, y que ha crecido, haciéndose más apreciable que cualquier otra opción conocida.
Los riesgos están ahí, en que, de un lado y otro, tirando en direcciones opuestas, se haga imposible mantener las claves convenidas que aún permanecen y recuperar algunas de aquellas que se han ido quedando por el camino. Todo dependerá de que las grandes familias políticas con presencia equivalente en los distintos países de la Unión sean capaces de mirar un poco más allá de lo que puedan obtener del resultado europeo en clave de ventaja para la disputa interna. Porque es inevitable que en la política todo pueda ser interpretado en diversas claves y todo tenga repercusiones en distintas direcciones; pero debiera ser evitable que la obsesión por lo inmediato y lo particular impida apreciar el calado de los problemas comunes, mucho más cercanos de lo que parece. Pues precisamente esto es lo que está en juego en este trance de las elecciones europeas, la capacidad para trascender un poco más allá del terruño y para actuar en consecuencia.
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