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Vaya si fue intenso aquel año de 1975, lleno de acontecimientos generales de enorme trascendencia para el devenir de la sociedad española. Ocurre también que ... la dimensión política de muchos de ellos y su impacto nacional ha difuminado el recuerdo de lo que ocurría en ámbitos más locales; y es lo cierto que aquella etapa tan agitada, tan colmada de expectativas de cambio, tan incierta a la vez, dio lugar a relevantes sucesos en múltiples lugares. Seguro que todos ellos se explican y se entienden en ese contexto, y solo así se pueden interpretar en toda su dimensión; pero es igualmente cierto que algunas de aquellas situaciones en particular tuvieron una incidencia especial en el lugar concreto donde ocurrieron, hasta el punto de que han permanecido en la memoria colectiva como un hito muy relevante en la historia local.
Es el caso, sin duda, de lo que sucedió en Valladolid en aquel mes de febrero de 1975, concretamente el sábado día 8, fecha en la que se decretó el cierre de la Universidad para todo el curso académico. Había habido anteriormente, con ocasión de algún incidente, cierres parciales o momentáneos, de un día para otro; a mediados de enero, unos días antes de la insólita medida, había pasado eso, a propósito de la intervención de la policía para disolver una asamblea de estudiantes e impedir un recital de la cantante Elisa Serna y también para prevenir la reacción contra el juicio a siete conocidos estudiantes que iba a tener lugar en el Tribunal de Orden Público de entonces. El ambiente estaba, pues, agitado y, en ese contexto, vino a sumarse aquel famoso altercado, con lanzamiento de huevos al Rector, en la Facultad de Medicina, que se consideró el detonante inmediato de la decisión.
La motivación de la orden de cierre hacía mención de «reiteradas anomalías de carácter colectivo» y de una «gravísima perturbación del normal desenvolvimiento del orden académico». La firmaba el Ministro de Educación, Cruz Martínez Esteruelas, y su parte dispositiva no podía ser más contundente: quedaban clausuradas hasta el curso siguiente (1975-76) las cuatro Facultades (Filosofía y Letras, Ciencias, Derecho y Medicina) que entonces integraban la Universidad de Valladolid, especificando que la medida implicaba el cese para todos los alumnos de todas las funciones docentes y examinadoras de esos centros, con una mínima excepción para estudios de doctorado y tareas de investigación. Ni más, ni menos. Significaba ello que el curso en marcha, 1974-75, quedaba perdido definitivamente desde el mes de febrero. Sobre la inscripción que contiene el escudo de la Universidad («Sapientia aedificavit sibi domun») alguien colocó otra que decía («Et ignorantia clausuravit»). Y allí estuvo unos días puesta.
Estos fueron los hechos, y fácilmente se entenderá que a quienes vivimos aquellos sucesos de forma directa nos resulte poco menos que imposible proponer un análisis objetivo de lo que aquello supuso, sin mezclarlo con las vivencias y los recuerdos personales. En mi caso, había terminado la carrera de Derecho el curso anterior (1973-74), había decidido emprender la carrera académica y acababa de obtener la beca de investigación para iniciar la preparación de la tesis doctoral. ¡Un excelente comienzo, con la Universidad cerrada! Intento, pues, hacer breve recuento de los tres principales aspectos que permanecen en mi memoria, sin que ello suponga adoptar la perspectiva de una conmemoración, o de una celebración, de unos hechos tristes y deplorables, que deben ser recordados, pero no conmemorados, ni, por supuesto, celebrados.
Lo primero de todo, el contexto. Vivía la ciudad de Valladolid un situación de especial agitación. La coincidencia en el tiempo de algunos conflictos laborales muy sonados (en FASA-Renault, en la construcción, entre otros) con las movilizaciones estudiantiles, y la mutua complicidad entre esos sectores, habían creado un clima de alteración social muy notoria. Es evidente que con el cierre de la Universidad se quiso cortar esa escalada, a la vez que enviar un mensaje, con forma de escarmiento, a otros lugares que vivían una tensión similar. Y es probable que la medida no se hubiera adoptado sin la concurrencia de ese contexto ciudadano, dentro del contexto político general del país.
La segunda constatación, que a tantos nos llamó la atención, tiene mucho que ver con las reacciones que se produjeron. La medida afectaba duramente a un sector social y a un conjunto de familias, más bien acomodadas, cuyos hijos poblaban la Universidad de entonces, todavía muy selectiva. De manera que instituciones, asociaciones, medios de comunicación, colectivos, etc., de los que no se podía esperar manifiesta animadversión con el sistema, se pronunciaron, cierto que con mesura, contra una decisión que consideraban desproporcionada, proponiendo la atenuación de sus efectos. Un inesperado efecto político, muy llamativo en aquel momento.
La tercera reflexión es la más querida. Me refiero a aquella iniciativa que dio en llamarse, tan gráficamente, la Universidad paralela. El distrito universitario de Valladolid alcanzaba entonces al País Vasco, a Cantabria, Burgos y Palencia. Muchos estudiantes regresaron a casa, ahorrando gastos a la familia. Los que quedaron aquí mantenían contacto y, con la colaboración de algunos profesores, se puso en marcha un sistema alternativo, en locales parroquiales, sacristías, bares y sitios así, para continuar con la actividad académica. Ahí impartí yo mis primeras clases como profesor principiante. No fue una iniciativa organizada, ni obedeció a consigna política alguna. Tenía más de movimiento espontáneo que de estructura planificada. Se preparaban apuntes para hacerlos llegar a los ausentes, se hicieron exámenes informales en junio, con el compromiso de guardar la calificación hasta que se pudiera firmar el acta, cosa que ocurrió en septiembre. Una tarea estimulante como pocas he conocido.
Cincuenta años han pasado. ¿Mejor, peor, la Universidad de ahora? Distinta, muy distinta. Menos agitada, menos convulsa, más acomodada, más profesional, más utilitaria. Sin riesgo de que vuelva a cerrarse así; porque hace cinco años también la cerró la pandemia. Pero no es lo mismo.
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