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Vas sintiendo el cosquilleo, como siempre, como nunca. A estas alturas de Aries (no voy a levantarme a consultarlo) ya vas viendo las cabañuelas, pidiendo que no llueva por antes y después de la primera luna llena de primavera. Pides que la noche sea fría, ... o que sea como siempre, pero que no llueva. No eres más que un silente en la procesión, pero estos años has notado que salir, en tu día, en tus días, te ha liberado. Llevas para la Estación de Penitencia un huerto entero de peticiones y rezos de todo un año, y sin embargo el primer golpe de primavera ya te ha confirmado que falta muy poco. Otros años, ya, era el tiempo más santo. Y hablando de tiempos, reflexionas que el tiempo puede licuarse en horas.
Tus hijos apenas levantan una cuarta del suelo y ya andan con el pajareo del Domingo de Ramos. A veces te viene a la pituitaria moral como un regusto a incienso, y la paladeas. Piensas por qué, si las ventanas de plexiglás están cerradas. Y es que ya te va llegando el encanto de las vísperas. En la ciudad plateresca y herreriana, pero también en el pueblo de tus abuelos, donde un Domingo de Ramos también desfilaste por la calle mayor, y parece que aún estás sintiendo el pescozón del cura cuando acabó el cortejo.
El intruso, criado en los barrocos y los pífanos, también siente este tiempo que antecede. Busca viejos catálogos de Gregorio Fernández. En las aún largas noches se va preparando. Es fe, sí, pero es algo más. Mucho más. Ya estás sacando el ruán, ya se te ha metido el veneno de la Semana Santa. Falta y no falta. Parece que está, y está viniendo.
Quizá el cielo nos respete.
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