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Escribo cerca del mar, el nuevo hogar materno, en un pueblo que parió una moneda y una filósofa con la razón poética. Un pueblo grande cuyo castellano me cuesta entender, aunque es rico. A mi sobrina le fascina el horizonte sin llegar al año de ... edad, y a mí me fascina que sangre de mi sangre alcance ese momento sublime a todo humano sin saber aún el drama que esconden las aguas.
Ya todo está consumado en esta nueva etapa de mi vida, y supongo que aquí, donde acaba España y en días muy claros se intuye África, estará el lugar para mi descanso del guerrero. He vuelto a la familia tras mucho tiempo, tras un verano de exilio interior que, visto a la distancia, ha servido para poco. Para bien poco. Para que me deshagan el país, para que Venezuela ponga precio a nuestra cabeza, para acompañar moralmente los bajones de Morante de la Puebla.
Ahora la playa está a media entrada, sopla el viento, y por sentir puedo sentirme en el Cantábrico, en el Báltico. Noto una paz rara que puede anunciar un tiempo nuevo. Cuando ha empezado el curso, yo he desaparecido del mapa y me he ido cerca de donde me escapé hará ya más de quince años. He cruzado la España interior para reconciliarme con el salitre.
Los días, aquí, tienen una cromática distinta, los relojes no se me paran, pero los segundos tienen otro sabor. Me he planteado unas vacaciones otoñales, y en eso sigo. No sé ni a qué viene este reposo, pero tenía la necesidad de compartirlo porque ya, a estas alturas, lo que no escriba en realidad no ha sucedido. Dicen que me han visto reír frente a un espeto de sardinas. He nadado sin calambres. También se aprende a vivir.
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