El tirador de patos

Pasó que aunque no se vio el cuerpo del delito en el parque Ribera de Castilla, aquí, el interfecto, se creía en un coto, el de Doñana, un suponer, en los albores del día. Más las propias aves antropizadas, que ven que las encañonan y se quedan mirando a ver por dónde sale la broma. El disparo.

Cuando éramos zagales, la cosa iba más de tirachinas, apuntábamos al árbol y no hubo ni podía haber tragedia; sólo una pajarería volando del pino hasta el más próximo con aleteo de burla. Había a quien a esto lo consideraba un deporte y a quien se le vaciaba la vejiga por la emoción de ir a por animalillos.

El cazador de patos de Rondilla quizá desconozca que un escritor muy patriota agarró uno de los pavos reales del Campo Grande y parece ser que en Madrid se lo guisaron con exquisitez, como un faisán; pero eran otros tiempos y era la vanguardia.

Con lo ancho que es el pinar, nuestro cazador de patos prefiere las láminas de agua artificiales para ir haciendo puntería, y habrá que imaginar qué hay en la cabeza de ese hombre y a quién se imagina en la cara de cada pato, que las monomanías y los francotiradores de baratillo son así.

Pese a las normativas, a quienes les funciona el magín, el sufrimiento animal les impacta.