Existe Gregorio Fernández, existe Juan de Juni. Existe la ciudad, a pesar de los pesares y los cantares. La Semana Santa es lo que tiene, esa vuelta a la infancia cuando no se sabía de escultura y algo tocaba el alma. Mi amigo Salva, imaginero, ... siempre me recuerda que ha redescubierto a Dios con la gubia tras alguna crisis de fe. Yo vengo de de más abajo, por eso soy intruso, aunque el escalofrío sea el mismo cuando algo que nos sobrepasa, pasa, (sic). Es el eterno retorno, se puede ser creyente o no, como si se es mediopensionista o abonado del Elche. Lo importante es sentir el escalofrío, la tradición que perdura. La permanencia del arte y la dedicación de muchos en un proyecto común. Hay otros símbolos a los que algunos deben devoción, pero son símbolos equivocados con una estrellita. Y lo peor es que quieren imponer una verdad contada mal y sueldo de Putin.
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Pero hoy, Domingo de Ramos, no quiero irme por las ramas (tampoco es un juego de palabras), sino volver a ver aquel joven que pasaba las horas muertas sentado en la Vera Cruz, pensando sin pensar en cosas de treintañero, con la mañana libre para lo humano y lo divino, y ahorrando dinero en cafés para espantar el frío.
Es, al final, lo que uno se lleva. Lo 'proustiano' de la Semana Santa vista sin sermones, sin prejuicios, en Zamora o en Málaga. Se trata de resucitar en vida, remojarse los pies en Benidorm y ver que hubo y hay quien hace hablar a la madera. Sentarse a contemplar, con una lágrima que no se sabe de dónde sale. Eso es lo mío. Y en un día como hoy tampoco se trata de ponerse estupendo.
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