Un pequeño paso para el ganadero, un gran paso para un problema atávico. El lobo, desbordado, y malos compañeros para un asunto complejo en el principio de dejar permitir la caza del lobo al norte del Duero.

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No valen aquí paños calientes, no entran ... medias tintas. El animalismo es quien menos respeta a ese animal totémico que tan bien nos conoce. El lobo es un lobo para el hombre, pero el lobo es un lobo para el lobo, y por primera vez el Congreso anquilosado, mutable y pachorrero, empieza a tomar en consideración problemas de verdad, de los que atañen a los más vulnerables; sin pruritos urbanitas. A un problema una solución, que para eso sus señorías se lo llevan calentito y por lo legal (el parné).

Uno, hijo de cazador, lleva en la sangre viejas historias de lobos en La Demanda, en La Culebra. Historias de miedo contadas en torno al fuego. Luego, con el tiempo, a veces me he cruzado con lobos, y la mirada era la de que sabemos, cada cual, a qué vamos en este biotopo de sus costumbres y mis urgencias. Yo a Alar del Rey; el lobo a sus manadas.

La caza está en el ADN de ambos, pero el hombre, el que se hizo sedentario hasta decir basta, alteró todo, y ahora toca arreglarlo. Ahora toca intervenir con amor y pedagogía en el ecosistema. Y esperemos que se haga; que, por una vez, y deseando que no sea la última, el mundo rural esté en la agenda, en el magín de esta gente tan trajeada. La supervivencia del propio lobo y de una forma de entender el monte está en juego.

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El lobo no reflexiona durante cinco días. Mira de frente, al soslayo, y aunque 'alobe', no miente. Ya podrían algunos...

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