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Domingo de Resurrección. Flota una paz que es la paz del hogar, y conviene no asomarse al balcón de invierno, que diría Luis Landero: al ventanuco de más allá de las cuatro esquinas cotidianas, no sea que el más allá nos cuente que hay tambores ... de guerra. Ha pasado todo, con nieve y sin ella, con un frío que creíamos vencido pero que ha agarrado de nuevo a la primavera del gaznate y nos ha metido un catarro.
A nosotros, que sólo estornudamos por compromiso. Y el frío se irá, o no, y seguirán los pájaros cantando. Pero por no darles el día, que aquí hemos venido a divertir al personal, hay que pensar que si hay algo de morriña de la holganza, del 'dolce far niente', esta se irá cuando abramos la primera hoja de Excel. Todo será como antes de los días santos.
Y para diversión, el Parlamento, que volverá a darnos gratos momentos de nada, de bronca, de bilis. Mientras que pasados los Pirineos nos deben mirar como se mira a un marciano. Al menos, hemos tenido eso que llaman la calma nazarena, y quien más y quien menos ha hecho la penitencia. Cada cual al según sus necesidades, que decía la cantinela zurda de cuando éramos revolucionarios por tocar las narices.
Sucede que Dios ha resucitado para los creyentes, y que pese a esos tambores de guerra, quiero creer que creo en una luz al final del túnel. Por eso, mi sobrina, de dos meses, se llama Candela: pura luz. La paz empieza barriendo el propio hogar, y esto me lo ha enseñado la vida. Hoy, como todo Domingo de Resurrección, empieza lo bueno.
La fiesta que no pare, que ahí abajo torea Morante de la Puebla, hermano. Y no lo veré, que es mi sino.
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