Y yo que me la llevé al río creyendo que había río. Y yo que les pido a los dioses que sean clementes, clementes buenos, no como otros. Que sean dioses clementes y buenos y que me den una cabañita en Camasobres, para que ascienda ... al Pico Tres Mares, a las Fuentes Carrionas, y termine la novela al fresco y en la naturaleza. Como Unamuno.

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En esta sección somos varios a los que el verano no nos gusta. Somos veteranos de fríos de antaño y en meses como éstos estamos desubicados, ya sin extrañar amapolas ni primaveras, sino inviernos sin mucha inversión térmica. Para que la ciudad esté azul, que diría el poeta. Somos muchos a los que julio acaba por desazonarnos en lo más profundo. Ya en San Lorenzo o en La Concha no se puede llevar rebequita al atardecer, y el Cantábrico está frío, pero no con ese frío de cuando volvíamos al chigre blancos de helor, que escribió Julián Ayesta en esa mejor novela del estío que es 'Helena o el mar de verano'.

Todos esos veranos ya se han ido, y están mejor en los anaqueles de la biblioteca o en los de la memoria. Como los veranos de las playas del sur con aquellos aviones que bombardeaban con balones publicitarias, y olía a humanidad, a ensaladilla e infancia.

En julio, si no me elevan al norte de Palencia, sólo nos quedará la noche. El paraíso que nos merecemos. Conviene mirar el firmamento, pensar en lo insondable del Universo, y ver qué es el sanchismo frente a estas cosmologías de julio.

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Julio hace mala sangre, pese a la paga extraordinaria. Lo importante es buena sombra, agua, y un 'dolce far niente' a la medida que se pueda. Que usted pueda.

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