Toca hablar del Umbral primero, el que escondía bajo mil cofres una identidad dolida triplemente. La pronta pérdida de su madre, la de su hijo. Todo esto hizo que la palabra, la palabra urgente del columnismo, el codeo con la 'jet', le liberara de esa ... pesadumbre. Ya titularon por ahí 'El frío de una vida' en un acercamiento biográfico.
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En el Círculo de Recreo, última sesión del Aula de Cultura. Carlos Aganzo, junto al autor de un volumen, José Besteiro, llamado a cambiar la perspectiva de este «ser de lejanías'». 'Francisco Umbral: manual de instrucciones'. Así se llama un libro donde lo más importante, según explicó en estas páginas la excelente crónica de Samuel Regueira, es la de constar con una brújula para acercarse al mito miope y tierno y tronante a veces. Yo me conozco a mis clásicos, y es por eso que a Umbral se le ha abordado desde varias ópticas. Pero quizá falten las que el miércoles se pusieron encima de la mesa, el neocostumbrismo y el humor.
Él le da la vuelta a la castañera del otoño y quizá le vea parecido, a la castañera, con alguna de sus musas, lo que es ya el signo de lo que sería su literatura en prensa: la mujer, la anécdota y el tiempo que pasa.
Su maestro de energías fue Cela, y sin esa relación, igual que con la Delibes, Umbral sería otro y no este autor que hace plena una tarde de primavera entre amigos cómplices que saben que el vallisoletano de esencia, no de nacencias, cambió para bien o para mal las cosas de la prosa. Con el humor y el neocostumbrismo. La risa sorda de una descripción y una personalidad que, en sí, es un proyecto literario.
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