Olé, Olé, Holanda, y olé, y Holanda no sé ve'. Hay que disfrutar estos tiempos como si fueran los últimos. Panecillos tostados con paté de ciervo, gambas que son las que permite la economía y que mojadas con sidra el gaitero se dejan chupar la ... cabeza, con todo lo que llevan estos mares nuestros en la testa del bicho. Dicen que la Navidad es populista, lo comparto, pero no es un populismo como el de Trump o Irene. Es simplemente que el solsticio llega, y hay que celebrarlo, con poco escrúpulo, y esa es la verdad, a los relatos bíblicos.
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Pero yo, antes del espumillón metido en el hipotálamo, viví siempre el encanto de las previas el puente de la Inmaculada con alma cristiana, ponía los pastores en un río que me empeñé en que llevara agua en un papel de plata, y pasaba que el agüilla que iba a Belén picó el mueble de nobles madera. Era aquella casa que se me fue, como mi padre. Y la bufanda a 10 grados después de la llamada del padrino, que vivía en Suiza y nos mandaba chocolates y postales nevadas. Todo eso está en celebrar el día. Ya mayor hacía algunas cumbres por el sur para llegar cansado a la cena, tomar apuntes en el discurso del Rey, y dormir soñando que soñaba.
En una Navidad apareció un aparato de karaoke donde aprendí que iba para la radio. Era rojo y con una pegatina de Michael Jackson. Cantando, le gastamos las pilas y mi vecino, a la sazón mi hermano, le pidió dinero al padre para esas baterías. En mi Málaga de la infancia la Navidad olía a pólvora, hablábamos con el tío de Vitigudino y la playa estaba muy azul, tanto que se veían los contornos de África.
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