Ahora que arden las calles, ahora que el insomnio ya hace que el alba sea una pesadilla, me ha dado por pensar en la Navidad. En qué silencios incómodos, en qué especial de Nochevieja nos espera. Dicen que se ha perdido ya cualquier esperanza en ... el Ser Humano, o quizá no, pero hay que bucear muy profundo para encontrarla. Se cenará 24 y 31, claro, que Puigdemont y adláteres aún no pueden quitarnos las costumbres. De momento sale el periódico los domingos ya con el muérdago, y el compromiso de la lotería nos da esa imagen, quizá ficticia, de lo cotidiano de otros finales de otoño. Ya solo nos queda la miseria para ser invencibles, que diría el poeta. Y a la miseria moral se la puede torear, si quiera sea un ratejo, ahora por diciembre.

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Los milagros existen. Hemos pasado por cosas peores, y hay como algo que siempre nos ha salvado en el desfiladero. Yo, pese al telediario, los pactos de la vergüenza, pienso en mi sobrina, que vendrá a esta nación que, más allá de lo que se ve, tiene sus héroes callados que ya saldrán cuando más oscurezca; esos hombres de buena voluntad que son esa balsa en la mitad de la más negra de las más negras noches en el mar. A ellos hay que confiarle lo que somos, lo que seremos. El mañana mismo que ya ha llegado y que puede cambiarse. No somos pocos. No he querido hablar de política, pero me sale de las vísceras. Callarse lo que pasa no es, y lo dicen los médicos, bueno para los humores internos. Mirar hacia otro lado es pecado. Mas ya nos encontraremos otro domingo con una sonrisa. Seguro. Y antes de que llegue Navidad. Ánimo, que de todo se sale

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