No había tiempo para una ocurrencia más y apareció el leonesismo 5.0. No cabía una reivindicación más y salió el leonesismo con sus ribetes de mina y banderines de antaño. Uno tiene las sangres mezcladas, lo sabe, y por eso, tiene un plan -pasar ... del tema- para estas situaciones, que se dan cuando más aprieta la calor. A uno, ya vivido, los ismos le traen recuerdos de viejos tambores en el llano. Yo, niño del sur, tengo reciente las Bajas y la Altas Andalucías promovidas sin promover por los de siempre.

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También el hijo de Agustín, leonesista que no paraba a repostar en todo lo que da la provincia de Valladolid viniendo de León a Madrid. Duele, claro, y se entiende el sentimiento. Pero nadie habló de las duplicidades y si cambiando de bandera se elimina la despoblación. Permita que lo dude. Lo peor, con todo, es abrir el melón de cosa y que por cuestiones con razón, o al menos parte de ella, se taponen y colapsen ventanillas con reclamaciones, divorcios y hasta uniones territoriales. El Estado de las autonomías es el que es, y más cuentas al maestro armero.

Queda mucho tristemente por delante para usar la historia y arrojarnos, la historia, a la mismísima cara. La propia historia es el mejor termómetro de esta idoneidad es de mover el terruño. Yo amo León, con sus páramos y sus verdes, su mineros combativos y la calma de Babia. Pero de ahí a quitarle a Unamuno el verso de la académica palanca media un mundo. Por eso, cada semana, y en esta tronera de domingo, vengo a opositar castellanía y recodar a quienes se me fueron tan pronto que el viento dice su nombre.

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