Llevamos nuestra tierra y nuestro idioma a los confines del mundo. Fuimos el alma de la Historia, en Nápoles, en Tordesillas; en aquella nueva Roma que fundamos sobre un lago, en México. En todos estos lares se pensaba, se conversaba, se escribía en castellano, con ... sus diferentes acentos. Ya dijo Nebrija que la lengua era compañera del Imperio. Pero Nebrija eran otros tiempos, y no tenía smartphone ni amnistía.
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Y es que resulta que de la nuestra lengua, que fue la más dada a la literatura, quieren hacer migajas y la están haciendo con ilusión de muchos y dejación de otros. La Historia puso a la parla del Arcipreste de Hita y Santa Teresa en el centro, y así se expresaron Gil de Biedma y Juan Marsé, Aznar no tanto.
Las cosas de la vida, que ahora hay que gastarse un pastizal en que aquí los de los terruños periféricos se lancen sus cuitas traducidas al polaco, al vascuence, al romance, para romper el país. Qué tropa, dirán ustedes. Y razón tienen más que un santo. Porque en el dinero del 'cacharraje' en traductores, en los propios traductores, mínimo hay para varios ambulatorios en el páramo. Aquí al lado. Sé que este es un tema ya inevitable, pero hay que patalear, hombre ya.
Ahora nos toca levantar la cabeza, prestigiar el idioma. Nos quitan la lengua porque ya más sangre no nos pueden quitar. Ni más vísceras ni más metáforas. Quizá sólo nos quede eso y reírnos de alguien que intérprete ese catalán inexistente de Rufián, vergüenza de Espriu y Gimferrer. Y leer a Rosalía o a las 'Cantigas' de Alfonso X en galaico, y sentirlos nuestros.
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