En la Caja de las Letras del Instituto Cervantes no hay sólo simbolismo, también el espíritu de conservación y permanencia para el futuro, para todos los futuros, de quienes fuimos, de quienes creíamos ser. De cómo pensábamos. Esta semana entró la prensa, el trabajo ... de los salvadores de instantes y cantores de lo cotidiano. Pero también del mejor español, el que quema en los dedos y con el que hay que transmitir el mundo entre el infarto y la inspiración. Y, con los medios hermanos de Vocento, entró este decano que evoluciona manteniendo la esencia. Con Delibes, claro. Pero también con Tomás Hoyas, los preclaros ancianos de Sansón, la prosa del juglar nuevo de Fontiveros, Carlos Aganzo.
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La tierra de Castilla y su realidad en los sótanos de la Calle de Alcalá ahora, justo ahora, que el mundo es tan difuso y ante un ciberataque, es la verdad lo que permanece. Yo quiero ver ahí el homenaje del Cervantes a los escritores diarios que tomaron por la musa este periódico, desde el llorado Delibes hasta Umbral o Manu Leguineche. O Martín Descalzo. O Peláez en los nuevos tiempos. Al final, un trozo de mí, uno de los más queridos, forma parte del tesoro de la lengua, a la que hay que homenajear día a día y no sólo por la Hispanidad. Encapsulada toda una cultura, cuando los marcianos hispanistas abran la caja fuerte, sabrán que hubo y vivieron su época los ya mentados salvadores de instantes y los salvadores de cotidianos.
Se reconoció el periodismo como literatura, y en eso, en la evolución del nuevo periodismo, tuvo que ver mucho esta Casa. Y eso vale un Potosí moral. No lo duden.
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