Celebremos que estamos aquí, que hemos resistido al verano y que hay que coger fuerzas para lo que nos espera que ya no se puede saber ni qué es, entre prófugos y demás aliados con regusto a pólvora y secuestro de lo más sagrado. Lo ... que sabemos es que hay toros, que hasta ahí no han podido llegar, y ya saben por las cuatro esquinas patrias que aquí hay afición, cariño, y que en esta tierra la gloria lleva los ribetes de antaño, sin 'moderneces' vanas. Lloverá.

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El campo, riente, tomará las aguas en lo que pueda empaparse. Algún olmo resistente hasta guiñará al cielo. Sólo pido el disfrute, Dios, el disfrute. Un disfrute tranquilo, como en los tiempos antiguos, cuando la ciudad reía y confiaba. Quizá también lo haga ahora, aunque haya brazaletes de luto por las calles o los niños estén ya espesitos, muertos de esa ociosidad tan necesaria.

Habrá, puede, un cruce con aquel compañero del bachiller, que podría llamarse Martínez, con el que hasta compartiste butaca repitiendo los cabos del Norte como en una letanía. Igual lo saludas, o te saluda él, y con los años ya encima te das cuenta de que no eres tan diferente.

Y la Vuelta, claro, que viene a alegrar la tarde con las gorras del patrocinio y esa oración andante, esa ofrenda íntima, que es la contrarreloj. Hasta el ciclista se postra de hinojos ante el manillar, que es expresión que le gusta a nuestro paisano Javier Ares.

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Se trata de no discutir por estas nimiedades de las serpientes de verano. Imponerse la alegría. Beber y acordarse de aquellos tiempos en que tan lejos tuvimos la calle y las fiestas.

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