El fuego, los inocentes

Funcionamos con pequeñas tragedias que, de repente, quedan en nada cuando nos enteramos de lo de Murcia. Qué vidas perdidas en la mejor época; qué concatenación de malos procederes. Qué vacío en mitad del pecho cuando el fuego, el elemento que aún el hombre no ha dominado, reclama su cuota de sacrificio, de inocentes. Y es así desde antaño. Nunca lo hemos podido domesticar; creer que sí es una falacia

Las alertas periodísticas funcionaron en el teléfono, y no había medio de comunicación desolado en esa mañana desolada. Se vio uno en alguno de esos mensajes, cuando se ha aceptado ya el peor sino, y sólo quedan segundos para mandar palabras de amor, palabras. 13 muertos, y España entera desvelada por lo importante. La injusticia de estos 13 fundidos a negro. Y luego la angustia, y la identificación, la confirmación y el llanto, que calma pero abre las costuras más internas.

El incendio de Murcia nos ha arrebatado definitivamente la juventud. Hay que clamar justicia, claro. Pero primero está el luto mientras van cauterizándose las peores heridas. Aquel domingo de hace una semana, no sólo la juventud, también el verano, todos los veranos de cuando entonces, acabaron abruptamente. En Murcia tardará mucho en salir el sol, el sol que todo lo sabe sobre las huertas, sobre las lágrimas.