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Era en estos días, arreglando viejos papeles familiares, cuando me enteraba que en Castilfrío, su pueblo y el mío, se iba a las regiones celestes mi amigo más libertino Fernando Sánchez Dragó. He vuelto a encontrar la vieja foto de aquella BH y yo encalomado ... a ella dejando pasar la brisa por el 'culot'. Y he pensado en qué momento, las prisas, los pensamientos circulares, me dejaron sin salir al monte. Y sufro.
Leo que Perico Delgado ha sacado una biografía de éxitos y fracasos, y es que en el ciclismo está la verdad del vivir, y lo llamo. «Lo que no se gana subiendo se gana bajando», o esa otra, creo que de Belda, de soltar un 'torerillo' por el Sistema Central. Lo cual que ni yo entiendo en qué momento dejé la bicicleta, las tardes de sol, el maillot y la piel cuarteada. Y la víspera feliz del amigo que te subía, la coña con Chapu, Peláez y Juan Fernández-Miranda de la Klasikoa de Los Torozos con Sampalo como Cipollini, y el bocadillo de tortilla previo en la última llanada antes de que Palencia se vuelva fragorosa y verde. Ese bocadillo que en Camasobres sabía a gloria, a aceite, a dicha. Y no sé, sinceramente, por qué me he arrancado ese trozo de vida, cuando Abantos y La Covatilla siempre fueron mi refugio de la mediocridad del tiempo que tengo delante.
Puede que en el mismo día que me enteré de la muerte de Dragó y de las memorias de Perico Delgado vi en un espejo doble quiénes me marcaron una existencia de la que ya apenas hay memoria. Apareció la fotografía de la BH, mi maillot de 'leoncito', papá y la lágrima era lágrima de recuerdo.
No necesariamente triste.
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