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Toca hablar del frío. De este frío de sabañones, pero también de los críos que mi generación lleva tapados del helor en estas noches en que la niebla tiene una corporeidad mortal y gélida, y se abren las casas que dan la calidez del hogar. ... El brillo del hogar, que creo que hasta había un libro al respecto de Charles Dickens en esta biblioteca que miro cuando escribo.
Yo a los bebés, a mí próxima sobrina, les dispenso y dispensaré cariño y gansada en Navidad y otras fiestas de guardar. Saber que a estas alturas ya no seré padre da, en estas reuniones, unos permisos inopinados; aunque la casa no sea mía. Abrirme las cervezas, picar las gambas, el lomo, con nerviosismo de nada. Veremos el discurso, claro. Y me preguntarán por protocolo real, y yo interpretaré según lo que den mis cortas entendederas. Después los niños, los hijos que no tuvimos, bailarán algo de un burrito para pasar a la cumbia, y de la cumbia a la M. D. Pradera. Una Play Station se llevará las miradas.
Me preguntarán por libros, y les hablaré del glorioso género del refrito. Y de que ya quiero ser pájaro cantor antes que escribano. Me asomaré a la ventana sin fumar, dejando, sí, me diga quién soy y quién seré. Quizá pasen abajo algunos hombres de buena voluntad, embozados en luengas capas zamoranas. Dormiré con un libro tonto y a las felicitaciones las responderé con una Natividad de las de molde y meme.
Y ya amanecerá lunes festivo. Todo cerrado. Algunos amanecidos, y aparecidos a la orilla del río, enguantados con perro. No me los cruzaré. Iré a la gasolinera a pegar la hebra con un gallego.
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