Peláez saca libro, y esto de hablar de vecinos de papel es una salvedad porque la amistad, el amor, el detalle de una llamada cuando sabe que lloras o penas por un no romance de juventud hay que ponderarlos. Peláez es así como un padrazo ... en esa edad indeterminada en que nos gustan 'Los Ramones' pero también un paseo por la ciudad en niebla (lo cual cada día es más extraño). Lo conocí un día de bañador, recién salido del Pisuerga, y fue una epifanía.
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Después, y antes, ya estaba escrito. En la pandemia, en su sofá donde tan gratas siestas he dormido. Nos dicen que en los libros, en los escritos, hasta en la declaración de Hacienda, nos mostramos mucho. Pero es que nuestra inteligencia artificial va más del lechazo, la lágrima, la alegría cuando se escapa a Sevilla o a Flandes y, como un Diazepam con patas, nos calma los días malos que nosotros llamamos 'mal día'. Una forma como cualquier otra de librarnos del olvido. Tiene algo del gran Morante de la Puebla, vestido de negro por no sé qué estéticas que jamás le preguntaré.
Su libro 'Ya estoy escrito' es un homenaje a la paternidad, a Valladolid, a esta casa. Y las tres cosas forman esa trinidad donde es feliz. Ya ha pasado ese tiempo que le llega al prosista donde sólo tira de oficio. Él nunca tira de oficio porque en ello, aunque sonríe, aunque me hable andaluz (que lo explique algún día), le va la vida.
Admiro su juventud. Lo admiro a él. Lo pasará mal estos días de calor que no son los suyos. Ahora debería estar en una playa en Flandes (Castilla nórdica) o de la Patagonia (Castilla antártica). Leo, además, que entiende de ciclismo.
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