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En vez de cálculos estructurales, podríamos estar hablando de un funeral de Estado. En lugar de una pausa hacia un futuro cofrade y prometedor, estaríamos ante la pena negra y saliendo en las tertulias televisivas de sol, de sombra y media luna. Allí donde una ... piara de inexpertos hubieran inventado sobre la marcha conocimientos de restauración, patrimonio y ciencias anexas.
No consuela el alcalde cuando dice que la Virgen de la Vera Cruz nos ha salvado. Aquí hay más que superstición a beneficio del pueblo, más que religiosidad y más unos hechos que hay que ponerles el foco. A la Vera Cruz le tengo cariño desde que tenía pelo, los días por delante, e iba empapándome a mí manera de vallisoletanía. Después descubrí la reflexión del ser orante, allí mismo, cuando descansaba de intentar meterle en la cabeza a los jóvenes la importancia del columnismo. Y me encerraba con las tallas a conocer a Dios a mi manera, que es la mejor o mucho se le parece. Y pasaban las horas así hasta que llegaba la gloria del vino con los amigos, en esos mediodías sin niebla y bien arrebujados. Los que me hicieron ser lo que son.
Un derrumbe duele, claro: y los silencios. Pero la dicha de las casualidades salvíficas también da un respiro a la ciudad. Muchas veces nosotros, pecadores, nos hemos derrumbado y hemos vuelto al oficio de intentar cobijar a Dios de las tormentas del hombre. En eso va consistiendo el vivir. En el cúmulo de milagros. De aquí en adelante, cuando todo vuelva a la normalidad, nos acordaremos, con cierta sonrisa de alivio, del milagro de Vera Cruz. Más o menos por la primera luna llena de primavera.
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