Delibes, escuela diamantina

Y hablo de Delibes, que tanto me enseñó; desde los dictados de mi madre para mejorar la caligrafía que me hacían sentirme El Mochuelo en mi cuarto hasta mi profesora de Literatura, Cecilia, doctora en Don Miguel, que me metió en la verdad de la literatura.

Esta Casa y Delibes para mí son la Santísima Trinidad de dos, y por eso veo que Delibes, eterno, creó algo más que una escuela literaria: una forma de ver el mundo.

Por estas cosas de la serendipia, he dado con un libro de un vitoriano que tiene los rudimentos de Delibes, pero ajeno a la copia y fiel al alma. Porque Delibes es al final, lo dijo, «un hombre, un paisaje, una pasión». Ahí está dicho todo lo que nuestro maestro pensó, vio y sintió sobre la vida.

Ahora que se ha hecho moda la España Vacía para ir dos noches y que el madrileño sienta el olor a leña, hay que ponderar a los escritores que asumieron el legado de Miguel Delibes, profundo pero cristalino. López Andrada, y este descubrimiento, sí, en mis insomnios lectores: Jesús Carrascal y su 'La atardecida' con personajes suyos con el aliento delibesiano.

Carrascal es vasco. Vive sin vivir en él, porque cada nada baja a Pucela, al Campo Grande con selfis, en busca de esas musas que luego sitúa bajo el bajo cielo (sic) de esta tierra.