Va hacer cinco años que murió David Gistau. Un quinquenio que parece ayer, que parece hoy, que parece mañana, porque era el escritor que mejor intuyó la España que nos va quedando con nociones bien remachadas sobre el ser patrio y el ser del ... mundo de este siglo XXI que es aún más 'problemático y febril'.

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Gistau metió el nuevo periodismo en este país, y quienes se dicen herederos confiesan, en noches bohemias, que son pálidos émulos. A David lo conocí de lejanías íntimas, no creo que le gustaran los homenajes, pero quien habita las regiones celestes no está para protestar por glorias póstumas porque aquí abajo las gentes son de buscar ídolos idos cuando todo tira tanto a páramo. Uno de los últimos días que servidor le dio un abrazo fue en Dos Hermanas, cuando Pedro Sánchez caminó entre aguas putrefactas y yo cubría, con gorro y de incógnito, ese momento bíblico para el nuevo PSOE, el que se ha dado por llamar valiente. Días antes habíamos cenado en Málaga, una noche de enero helador, rara, de las que hacen a mis paisanos sacar la pana. Estaba, y recuerdo de memoria, creo, Garci.

No creo que a Gistau, que nos enseñó a respetar el sacrosanto/pito folio, le agradase que yo lo recuerde en un evento político que es, a mi pesar, un episodio de nuestra historia reciente. Pero así es el trabajo de tener una mirada y transmitirla en un puto folio. Gistau no se ha ido, como no se ha ido Manuel Alcántara. Uno cantaba a los jazmines, otros al cine más reciente: ambos a los púgiles como metáfora inconsciente o consciente de cómo debe ser el código moral, límpido, de los españoles.

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