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Pues sí. También están la casa. Aquella repisa donde está colgada la fotografía del suegro que se fue, del nieto que sonríe con su mella cuando lo llevaron a ver el mar. El sofá donde las tardes eran de la serie 'Cristal' y Carlos Mata ... en el televisor, o 'Bonanza', o el 'Un, dos, tres' y así. Y ese mueble de manera noble donde hará unas décadas se colocaba el Belén, los polvorones. Y el nieto antes mentado quería agua para el río, y nieve para el Nacimiento, que en esa zona de Tierra Santa le da por nevar a veces. Y los abuelos concedían.
Quiero decir que me parece bien la decisión de la Diputación de Valladolid del Servicio de Ayuda a Domicilio. Resulta que cada casa es un templo, que un asistente, aparte de la ayuda es un báculo para evitar la soledad de las horas muertes ahora que es otoño y los idos duelen doblemente desde el 1 de Noviembre hasta San Esteban. Por eso mismo, estas iniciativas hay que celebrarlas. Cuenta este periódico que son «2.207 los beneficiarios en la modalidad de atención domiciliaria» y «402 en la de comida a domicilio». Aparte los datos insisto en eso: esa cura a la soledad; ese rato que es de anécdotas, de calor de hogar, mientras tras los cristales llueves pero no importa. La garra, que es la soledad, se queda a la intemperie. Ahora se me ha venido una soledad que, las cartas sobre la mesa, no me cura ni el perro de porcelana, ni una plataforma de series de pago, ni una llamada a mis mejores amigos. Supongo que pasará y será cosa de la serotonina.
La soledad, mala cosa. No entiende de edades, pero llegando la hoja roja muerde a los más nuestros.
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