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Ya solo queda la miseria para ser invencibles, que diría el poeta. Ya solo queda eso, y enero sube, frío y gris. Ya ha pasado todo, y en una Navidad se entiende que se puede envejecer un año entero. Una vida entera. Pero sale el ... sol, aunque vayan diciendo las lenguas de vecindonas que ha de venir un día más triste. El más triste del año. Cuestión del calendario que se nos impone. Vivir es, al final, una cuestión de fe en que todo llegue a un equilibrio. Y sucede que la nave va. Siempre va. Sea enero o junio.
La cabeza, no obstante, debe desintoxicarse en estos días. Salir a pecho descubierto al frío del pinar, que cruje de hielos como antaño. Se ha hecho lo posible por ser, y estar, pese a las circunstancias. Y es ahora cuando realmente toca hacer un balance futuro, que es el que más sirve. Lo hablaba con el escultor, en la larga noche navideña: es el tiempo lo que hay que ganar, y no desde metafísicas baratas, sino desde las partes más blandas del corazón.
Dicen por ahí algo de una piñata, del odio, y es que quieren prohibir por BOE el derecho a quejarse de unos cuantos, bastantes. Prohibir la risa, como una trinchera. Es el precio de estos momentos. Aunque, querido lector, por mucho que duelan las orejas en la helada, por mucho que el vaho del aliento se mezcle con la niebla del camino, está la promesa de la primavera; la Semana Santa para, por contraste, darnos más rudimentos para el año. Hay que apretar los dientes, frotarse las manos. Darse un capricho barato y pensar que este puente se ha cruzado demasiadas veces. Que en esto, como rezaba aquella canción, tenemos experiencia.
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