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Tal día como hoy yo andaba en Oporto, balcón de las espaldas de Castilla que diría el poeta, en la 'marinha', con una botella de vino verde en un pub que ofertaba música y pescado fresco. Había algo en el Duero que era mío, quizá ... alguna espuma, una gota, un rugir que me pertenecía y se reivindicaba. La noche era calma, como siempre que intento viajar. Oporto fue el paraíso cercano, y lo sigue siendo para esta tierra. Fui dichoso esos días entre conventos y esa sensación del dulce llevar.

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Portugal entero era una tea, pero Oporto, al margen, mantenía esa 'saudade cómoda' del buen aperitivo del sueño. Hubo un tiempo en que me dio por viajar cerca, yo era otro, y cada vez soy más amante de descubrir lo muy cercano. El mismo Duero trae canciones de dos países que retumban en los cañones de los Arribes, donde dicen que tengo mis orígenes paternos. Allí, por Aldeadávila, tengo pensado pasar un verano como los americanos, cuando se descubren a sí y descubren al mundo. El sinsentido de los día se ha hecho perezoso al viajar, también cierto primer envejecimiento y un sentimiento trágico que anula los buenos sueños.

Ahora que llega septiembre, con las primeras vendimias, quiero volver a echarme al camino, cercano o lejano. La aventura barata de andar por aquí al lado y que un pilón años me sorprenda con la mochila sudada y el móvil apagado. No puedo permitir ser un sedentario tristón esperando el viaje del Fanodormo. Quiero hacer de cada fin de semana mi reino. Y si la Inteligencia Artificial me habla de las sabidas maravillas de Urueña, volver a plantarme allí, como a los treinta y pocos.

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