Los bulos, ya avanzado el milenio, son los malos cantares de ciego que han venido a emponzoñar el vertedero. Se les ve venir, pero hace falta, con todo respeto, criarse en papel como ha hecho un servidor para identificarlos. Cumplir 170 años con la verdad ... y su tiempo, y solo esta y unas cuantas cabeceras más pueden presumir de ello. Van los bulos nocturnos, propagados por las redes, en esas horas del duermevela, cuando de amanecida se le da el alto con el papel crujiente, este, con el que usted desayuna, se evade y se informa. Este nuevo mundo ha conseguido que los periodistas seamos los culpables de todo porque ha faltado, desde niños, una educación que ponga en negro sobre blanco ese adagio por el cual un periódico es una nación hablándose a sí misma, si bien la nación se las trae desde que Rodrigo de Triana jugaba a las tabas. Veo canales de televisión, periodistas reconvertidos al Tik Tok y siento una pena inimaginable. Lágrima porque el otro, la alteridad, o parte de la alteridad, se informa del mundo y sus avatares haciendo de vientre, que es posición donde se fijan las ideas fijas.

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Pregunto sobre los bulos, y se va ya dando como algo natural. Como el currículum universitario de Begoña o como que morder hojas de eucalipto, así, en seco, arrancadas, quita la tos. La cuestión aquí es que la mentira nunca entrará en estos papeles.

Disfrute su clarete, lea el ejemplar que han dejado en el bar (grata tradición que me reconcilia con la infancia) y sepa que el mundo es así. Lo demás, un pollopera con un micrófono haciendo un periódico a base de tuiters. Créanme, hay que bregar con ellos.

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