Llega el calor así, sin avisar: con algo de timidez. El primero de la serie. La suave tarde que atempera. En el pinar huele a lo contrario del petricor, y es que el sol del mediodía saca las esencias de las agujas, que crujen. A ... lo lejos hay algo montaraz que me mira, que me está mirando. En la ciudad se atisba un balcón donde los estudiantes fuman y ríen con la promesa del verano que estará ahí, después, para achicharrarnos. El jersey de los más añosos ante lo traicionero de las noches de mayo que, no obstante, son las más nuestras.

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A este morirse mayo hay que cantarle más. Si hubiera más cantores de mayo y menos cantamañanas, propios o tangueros, mejor nos iría. Pero somos los que somos y estamos donde estamos. Que sí, que ya habrá que buscar la sombrilla. Ahora que en la playa fluvial y umbraliana, una Erasmus se tuesta en su blanca palidez, que decía la canción. Canciones también hay en la calle, y nadie sabe de dónde vienen. Muchos piensan ya en Galicia, otros tantos en Benidorm, otros en que el estío no tueste tanto como viene haciendo de un tiempo a esta parte. Hay, en estos días, la dulzura de un tiempo que ya estragará cuando las olas de calor se sucedan criminalmente, y en la estantería no quede ni un libro para matar el aburrimiento.

Porque el televisor es mejor dejarlo, que resetee tanta morralla disparada en un año. El streaming me toma por tonto con series donde el criminal es el mayordomo. Nosotros, pecadores, tenemos derecho a este aperitivo de la holganza. A la manga de camisa y a estar a verlas venir: a las elecciones europeas y a las anticipadas, bajo la solana. Claro.

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