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Era noche tranquila, noche 'nochera' de agosto. En mitad de la calma, como siempre que el Destino viene con la Guadaña en comanda y en coyunda. Quien podía ya iba entrando en el sueño, quien no, aflojaba el volumen de la televisión. En verano cada ... día es un año, y la ciudad, confiada, descansaba porque el descanso es de los pocos paraísos que van quedando.
Entonces la explosión, el horror, el caos. Un infierno tan cerca del cielo, del cielo bajo de Castilla. Las alarmas de los coches sonaron primero, como cuando los atentados de ETA, y hubo quien hasta pensaría que volvía el jaleo, porque todos guardan memoria del plomo y la dinamita. Memoria histórica. Y luego las sirenas y todo lo que se ha contado. Porque cuando el lacrimal de la ciudad se ha vaciado, lo que queda es el corazón con agujetas. Y la memoria exacta de la hora de autos.
En el barrio de la Farola queda el recuerdo de Teresa, que contó este periódico que por amor eligió la ciudad. Pero persiste algo más que el susto, que la burocracia y el papeleo subsiguiente a algo así. Es esto que digo algo intangible que aparece en las fotos; algo misterioso que 'escalofría' cuando menos se lo espera el lector.
Pasarán muchos años hasta que un primero de agosto deje de significar el duelo más impensable. Y sin embargo, siempre ya agosto será el mes más cruel. Doblemente cruel. No queda sino rezar y vivir una nueva normalidad que no será tal; habrá que intentar que se le parezca. Aunque el consuelo parezca que no cura. En ese esfuerzo, en el propio consuelo y en que se vuelva a la normalidad, están todos.
Cada cual en la medida de sus posibilidades.
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