Secciones
Servicios
Destacamos
A los «valencianos de alegría» de Miguel Hernández se le ha unido España entera. Los «castellanos de alma» han respondido –y se ha contado en estas páginas– al llamamiento que sí hizo la ciudadanía que ha demostrado, junto al pundonor del Ejército, que hay mucho ... que revisar en esto del cantonalismo que tanto le gusta a Sánchez. Se me viene el poema de Hernández a la boca, igual que me brota, otra vez, una lágrima: como cuando el 11-M, como cuando veo los muertos sin contar de la pandemia, como cuando vi a un niño de mi edad enterrar en el donostiarra cementerio de Polloe a su padre, reventado por ETA. En este país sabemos de tragedias y es desolador que el sufrir sea el pegamento de una nación extraordinaria.
Ahora, en este momento en que van poco a poco retirándose los restos, cuando las oraciones vuelan al Cielo, y el país, al decir de Manolo Alcántara, es muy chiquitito para tantas polémicas, pienso en la grandeza de los compatriotas que se han ido a ayudar a esa parte de Valencia que inmortalizó en sus inundaciones bíblicas Blasco Ibáñez. Una niña se cuadra ante los militares con la inocencia ya mancillada por la catástrofe; ya muchos infames andan con la turra del mundo de Trump para evitar que les caiga el peso de la culpa, que tiene que caer y, perdonen la expresión, torrencialmente. Y por los cauces legales.
Ya dije que vengo de tierras de riadas, que cuando el meteoro quiere nos aplasta. Pero en Celtiberia faltan ingenieros y sobran asesores. Entre la pena y el asco, ya va avanzando noviembre con unos veinte grados al sol que no avecinan nada bueno.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.