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Bueno, pues habrá que ir cerrando la triada navideña, sin tampoco muchos propósitos, que el hombre propone y luego el páramo dispone. Pero este domingo, al menos, habrá que quitarse las telarañas del año, regalarle dulces y un tanga a la suegra, escuchar el cuento ... de la cerillera y ver qué grabaciones nos tienen preparadas, con cariño y playback (ya sin Sabrina), las televisiones.
Somos hijos de la Nochevieja, y aquí servidor verá las uvas y se fundirá a negro con los orfidales, que por los pruritos de la Seguridad Social no salen a uno por campanada, ay. Ya se vio la Puerta del Sol vacía, aquello de unas navidades distintas, y si por Nochebuena andaba yo más bien tristón, ahora toca pasar lo mejor que se pueda la noche de Baco y los langostinos. Si en Navidad hay que sentar a un pobre en su mesa, que en Nochevieja nos sintamos como un potentado, como un sindicalista. O como un potentado sindicalista, que los hay más que días del año.
Luego, el cotillón doméstico, o el de amigos, va decayendo a no ser que salga Julio Iglesias y nos anime el espíritu patrio, latino, de aquellos años en que pudimos comernos el mundo y no lo hicimos. Aunque no hay que hacerse mala sangre; las gambas no dan resaca, y las recenas del 31 hasta el roscón tienen el encanto de las sopas condimentadas a la puerta del convento.
Azúcar, ácido úrico y aguardiente. Es la receta de aquí, digo, a que sus Majestades de Oriente se lleven el ponche, y el niño de abajo, bendito sea, se canse de darse castañazos con el cochecito de bomberos, se duerma, y aquí paz y después carnaval.
Háganme caso.
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