Un jeque es un jeque

Fui testigo, como un Alcántara a los que todo hecho histórico les sitúa siempre en la escena, porque estaba detrás de la portería donde se produjo la polémica y les juro que oí el silbato. Luego vi al jeque en el campo y pensé que era alguien disfrazado para integrarnos con nuestros visitantes y en mi final de adolescencia sentí un poco de vergüenza ajena al pensar que cómo éramos tan ridículos de hacer la pelota así a los dueños de los petrodólares.

Y mis razones tenía para sospechar que era parte del atrezo, porque nos habíamos preparado a conciencia para hacer una bienvenida míster kuwaití, con la plantación de palmeras en la esquina del Paseo de Zorrilla con el Hospital Militar, la inauguración de una cafetería de nombre Kuwait en María de Molina, frente al Roxy, y el oportuno tapado para su restauración de Santiago Matamoros, en la iglesia de Santiago. Pero el jeque era real, del mismo Kuwait, y no de Montes Torozos o de Tierra de Pinares, aunque ese moreno y ese bigote me confundieron, que hace 40 años había muchos paisanos parecidos.