Jose Antonio Orejas. Antonio Quintero
Obituario

José Antonio Orejas, un servidor público que creía en su tierra

«Una de sus obsesiones de los últimos años tenía que ver con la necesidad de sostener el desarrollo económico sobre la base de la identidad, lo que plasmó en sus escritos e investigaciones de los últimos quince años»

Javier Dámaso. Profesor de la Facultad de Derecho y Director del Departamento de Derecho Mercantil, del Trabajo e Internacional Privado de la Universidad de Valladolid

Domingo, 23 de junio 2024, 21:41

El fallecimiento de José Antonio Orejas nos cogió por sorpresa en la tarde del viernes, como un mazazo inesperado, como un golpe a traición de la mala fortuna. Tenía una mala salud de hierro y había superado varias enfermedades de gravedad, incluido el contagio ... de COVID. Por eso parecía imposible que se fuera tan pronto.

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Era un servidor público, con un espíritu universitario que está en trance de desaparecer, siempre dispuesto a hacer cualquier cosa por la institución y por los compañeros, capaz de anteponer el interés común sobre su propio interés y con el afán de ayudar y colaborar en toda tarea que fuera necesaria para que la Universidad funcionase. Lo decía en la entrevista que le hicieron en El Norte de Castilla en mayo pasado. Era el Decano más antiguo de la Universidad de Valladolid porque aceptó mantenerse para garantizar la fusión de la Facultad de Ciencias del Trabajo con la Facultad de Comercio y ahí fueron pasando los años, sobreponiéndose al cansancio y en no pocas ocasiones a una sensación de soledad, aunque no lo estuviera. Desde esa concepción de compromiso con lo público vino su filiación sindical a CCOO, de la que nunca sacó nada y siempre dio tiempo y esfuerzo.

Nos conocimos hace ya casi treinta años y muy pronto se fraguó la amistad. Era enormemente fácil ser su amigo, pues tenía una generosidad infinita y una disposición inquebrantable a ayudar y a remover obstáculos para conseguir lo que quería o lo que querían sus próximos, como la reciente creación de la Cátedra de Economía Social y Cooperativismo de la UVa, una de las últimas tareas que compartimos, con no pocas incomprensiones mezquinas y miradas estrechas dificultando la creación y el desarrollo. Era un vitalista, con una vida rica e inconformista, que no siempre se veía desde fuera. Su casa de Paredes de Nava era un museo de antigüedades, que durante años abrió a amigos y visitas y donde compartía con los demás, junto a Ana, todo lo que tenían.

Como profesor e investigador era concienzudo, un docente entregado y preocupado por los alumnos y por la necesidad de que el aprendizaje fuera efectivo. Y un investigador que ponía a su tierra en el centro de sus intereses y preocupaciones. Como civilista era una rara avis, pues formado en una concepción formalista del Derecho, de ecos decimonónicos, se adentró al estudio de las Fundaciones y de la Economía Social con la convicción y la seguridad de que era un instrumento que podía ser útil para combatir la despoblación y promover el desarrollo. La colaboración con la Fundación Santa María La Real del Patrimonio Histórico, y que fue objeto de su tesis doctoral, le permitió teorizar desde una clara perspectiva práctica un modelo de gestión y de relación con el entorno. Una de sus obsesiones de los últimos años tenía que ver con la necesidad de sostener el desarrollo económico sobre la base de la identidad, lo que plasmó en sus escritos e investigaciones de los últimos quince años. Era un hombre lúcido que nos dejó un modelo de trabajo académico. Yo he perdido un amigo. Que la tierra le sea leve.

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