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-El exvicepresidente del Gobierno de España,Alfonso Guerra. Toni Galán-EFE

Jarrones chinos

El avisador ·

«Callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar, y hablando es como se aprende a callar, nos dice Diógenes de Sinope»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 2 de octubre 2021, 08:17

De entre todas las tareas que tiene encomendadas un expresidente, sin duda la más ardua es la de aprender a comportarse como un jarrón chino. Adornar lo que se pueda. Estorbar lo justo. Hablar menos todavía. «El jarrón da forma al vacío y la ... música al silencio», decía Georges Braque. Sin embargo, cuando los ex tienen la impresión de que sus sucesores actúan como pisaverdes, no tienen otro remedio que hablar.

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Han hablado los expresidentes González y Rajoy para ponerles las peras al cuarto a sus herederos, y decirles que ya está bien de escaqueo con las cosas de comer. Más concretamente con la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Que todo, empezando por la democracia, tiene sus reglas del juego. Que escuchen los avisos del Consejo de Europa, que al final siempre acaba pensando que en España le tomamos por el pito del sereno.

Habló también Aznar, para recordarle al que hoy se sienta en su despacho de Génova, el primer mandamiento del partido. A saber, que «España es una nación, ni plurinacional ni multinivel ni la madre que los parió». La misma madre de la que ya hablaba en su día Alfonso Guerra, que en esta ocasión no ha hablado porque ya lo ha hecho González por los dos. Y porque es verdad lo que vaticinó en 1982, que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Aunque él se refería a otra cosa.

Y ha hablado y sigue hablando, porque este sí que no se calla ni debajo del agua, el gran jarrón chino del expresidente Puigdemont, que quiere morir matando entre que lo prenden, lo enchironan y lo indultan. Y que de momento ya ha conseguido, a falta de avances jurídicos, que sus sucesores vuelvan a hacerle un feo al Rey en su visita a Barcelona.

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Y hablando de hablar, el que también se ha despachado esta semana, eso sí, por medio de la prensa francesa, es el ex rey de España, desde su isla artificial en Abu Dabi. El lugar al que le dejaron ir porque él, como su padre, dice, habría preferido Portugal, que tiene olas más bravas y está más cerca. Ahora Don Juan Carlos reconoce que habla de ordinario con su mujer y con sus hijas, pero no con su hijo. Que echa mucho de menos el jamón y que más de una vez ha pensado en subirse a un avión y aterrizar en Madrid… Pero no lo hace porque prefiere ser fiel a su hijo, como en su día a él le fue fiel su padre, cuando aquello del cabezazo de Don Juan y del «¡Majestad, por España, todo por España! ¡Viva España, viva el Rey!». La historia de los jarrones chinos, incluso la más reciente, a veces nos sigue poniendo carne de gallina.

Callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar, y hablando es como se aprende a callar, nos dice Diógenes de Sinope, el cínico que, a falta de jarrones chinos, eligió una tinaja griega para pasar sus días. El mismo que caminaba por la ciudad con una lámpara encendida por ver si era posible encontrar algún hombre honesto. Dichosa edad y dichosos siglos aquellos en los que los jarrones eran jarrones, y no correctores de estilo, dedos señaladores o cláusulas de conciencia.

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Otro que no calla es el volcán de La Palma. Habla, ruge, escupe, arrasa…, modela y remodela el contorno de la isla con sus lenguas de lava incandescente. Nos recuerda, como también decía el rey emérito desde su exilio, que a veces las cosas se destruyen más fácilmente que se construyen. Que la realidad cambia tan deprisa que nos deja, como dice el último James Bond, sin tiempo para morir.

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