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Definitivamente los padres somos muy tontos, por el simple hecho de que hacemos muchas tonterías, sobre todo en Navidad. Así me siento cuando miro con perspectiva por el retrovisor, cada vez más rayado por la profundidad de los años, y rememoro odiseas que a Homero ... le hubieran encantado. Años de lucha titánica para atinar con los juguetes, con un balance de aciertos muy parecido al que tengo con la bonoloto: uno o ninguno.
El protocolo era el mismo todos los años. A mi inocente pregunta de qué querrán las niñas de regalo, la respuesta de mi ex parte contratante y madre de las criaturas era demoledora: «Ya vamos tarde». El siguiente paso era averiguar en qué tienda había más posibilidades de que el juguete de moda de ese año no estuviera agotado. Luego llegaba el desplazamiento, a veces a otra ciudad, porque como ya les he dicho los padres somos muy tontos porque hacemos muchas tonterías.
Terminados esos tiempos de padre empanado navideño confieso que no sé qué narices está de moda entre la chavalada pedigüeña de Papá Noel, de los Reyes Magos o de ambos, que es lo más práctico y lo que hacían mis tiernas infantas, hoy ya un trío veinteañero. Ahora las navidades son más relajadas, sin sentirte un padre en apuros, como le pasaba a Schwarzenegger, al que ni sus músculos le salvaban del agobio de no encontrar el puñetero regalo que quería la criatura.
Arnold, de mazado a mazado, te recomiendo que la próxima vez que esa angustia te sobrevenga –quizá te suceda con los nietos– busca un verificador que dé fe de que el niño o la niña se aprovecha de tu ingenuidad y tontuna. Por eso, a usted le recomiendo que ponga un verificador en su casa esta Navidad, el juguete de moda para que la criatura no se enfade.
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