Siete años de mala suerte

Precisamente un septenio es lo que ha tardado Mbappé en ir al Real Madrid. Y a mí esa cifra me da mala espina, que en estas cosas de augurios y desventuras no hay que trivializar. Siete años de cariño intermitente, entre París y Madrid, unas veces con románticos paseos por el Sena de la mano de Macron, siempre vigilados por el jeque, y otras con arrumacos a Florentino, Castellana arriba, Castellana abajo. Siete años de cortejo que, además de dejar el club en ridículo, compuesto y sin novio, alimentaron el hartazgo generalizado ante la matraca mediática.

Ahora, después de siete años de porfía, no me fiaría de los franceses, que seguro algún maleficio han lanzado para que lleguen al club madridista los siete males, las siete plagas de Egipto, los siete enanitos ya creciditos e, incluso, los siete votos de Puigdemont que sostienen a Sánchez en Moncloa. Con el número siete no se juega y más después de haber roto el espejo de los orgullosos parisinos, que lo sepan Florentino, su nutrido coro celestial y el madridismo en general.

Por eso que se pregunten: ¿Y si Mbappé es gafe? Por sí mismo o por el sortilegio lanzado desde París. Yo que el club en el reconocimiento médico miraría si tiene una flor en el culo, como tantos otros en esa casa, o un gafado número siete, que deje al club en blanco y sin blanca.