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«Sí, sí, sí, que se prepare Platini» y «le vamos a ganar al Inter de Milán» coreábamos ufanos mientras bajábamos la cuesta del campo ... hacia la ciudad, porque entonces, hace cuarenta años, allí no había ciudad y solo en medio de la casi nada emergía el estadio de la pulmonía, también conocido como Nuevo Zorrilla. El Pucela acababa de hacer añicos al Atlético de Madrid para ganar la Copa de la Liga, ante miles de espectadores que animábamos y no parecíamos del mismo Valladolid, sino una afición hermanada con algún club inglés, en cuyo campo también se invita a la niebla a primera fila.
Ángel, Michel, mi hermano Cuchi y yo nos aplicábamos en esas rimas asonantes y consonantes, después de haber disfrutado como solo lo hacen aquellos que gozan por primera vez de algo, un vino, un primer amor y cosas así. Porque los parias futbolísticos sabemos paladear alegrías, aunque sea cada cuarenta años. El Pucela entonces nos la dio y un lustro después estuvimos a punto de repetir la ración de euforia, con aquella final de Copa del Rey contra el Real Madrid, a la que asistí ya como plumilla para contar que esos tipos no aflojan en ambición ni con los menesterosos.
Con tal alborozo, pasé la noche en duermevela, musitando los ripios y con la mente puesta en Platini, al que imaginaba en su insomnio, con los ojos como platos y sin poder dormir ante lo que le esperaba. Él, confiado después de haber ganado la Eurocopa con el gol a Arconada tres días antes, ya no pudo conciliar el sueño tras conocer la apoteosis pucelana y a los bravos hinchas entregados a los versos para hacer honor al poeta paisano que da nombre al estadio. Derrotado por la palabra y no por el balón, cuenta la leyenda que se le oyó decir en perfecto francés: «Allez, allez, que me hago del 'Pucelé'». Y así se preparó para la poesía y para respetar al glorioso Pucela.
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