La nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Efe
Opinión

Perdona a tu pueblo, señora

La primera mujer que ha llegado a la presidencia de México ha recuperado la matraca de lo imposible, que los españolitos pidamos perdón por la conquista de América

Jaime Rojas

Valladolid

Sábado, 5 de octubre 2024, 08:40

Con esta moda resucitada de que todo el mundo pida perdón por todo, nadie estamos a salvo. Dicen que la nonagenaria Yoko Ono ya ensaya ante el espejo cómo pedir disculpas por esos años en los que la culpa de todos los males de la ... humanidad era suya. Y James Cameron, director y guionista de Titanic, reflexiona en el rincón de pensar para ver cómo entona el mea culpa por dejar que se hundiera Leonardo Dicaprio, cuando todos sabemos que cabía en la tabla. Pero quien espero que se flagele es Joan Viñallonga, el inventor del helado calippo, que odio porque siempre se rompe la pestaña que corona el envase.

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Para los ofendiditos, Yoko, James y Joan son culpables, como lo seremos usted y yo, españolitos que debemos pedir que nos disculpen por la conquista de América, con la recuperación de esta matraca de lo imposible por la primera mujer que ha llegado a la presidencia de México, Claudia Sheinbaum, después de 66 hombres diabólicos presidentes y con Moctezuma, Cuauhtémoc y Hernán Cortés mediantes y con su reciente y emocionado recuerdo.

Cavilo a quién podemos encargar que solicite clemencia y benevolencia por los pecados de estos nuestros antepasados que, miren por donde, son seguro los suyos. Se me ocurren dignos aspirantes a este eventual cuerpo diplomático, como Belén Esteban y su 'perdonaaaá'; o un coro parroquial que cante perdona a tu pueblo, señora. Aunque tampoco estaría mal mandatar a Óscar Puente, ahora especializado en perdones, que lo arreglaría con un tuit enchilado a rabiar de esos que tanto reparte, en este caso con lindezas dirigidas a los conquistadores y colonialistas en general. Cualquiera de las opciones sería válida, pero se me ocurre que el elegido sea quien consiga abrir un calippo sin cabrearse, para alcanzar así un perdón imperial.

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