Padres del oficio

Recuerdo los primeros y los últimos tiempos con Lera; de los teletipos, las tijeras para cortarlos y la goma para pegarlos a principios de los 80, hasta hace muy poco en el Suizo con Nievinas Caballero y Chema Cillero, otros chicos Lera, también multirreincidentes en el cariño hacia quien nos adoptó, mimó y, en definitiva, nos enseñó el oficio.

Entre esa primera etapa ochentera y la noventera en la que volví a caer en brazos de Lera –«vuelve el español donde solía», me dijo con solemnidad sarcástica, ante mi cara de asombro– fui a parar al regazo de Ángel María para estar en la sección de Deportes unos cuantos y felices años. De no ser por su intervención es muy probable que mi camino en esta casa hubiese sido breve. Así pasé a ser un chico de Ángel, para alegría de Lera, porque el discípulo se quedaba aunque fuera con otro apóstol.

Y si hubiese caído en otro oficio, estoy convencido de que también me hubiera encontrado con ellos, que los niños vallisoletanos tenemos un sexto sentido para hallar padres y maestros de Valladolid de toda la vida a quienes abrazar y querer.