El músico alegre

Manolo para casi todos y Manolín para quienes nos resistimos a crecer había nacido en Alemania por esas cosas del destino. Luego, de su infancia en el pueblo guipuzcoano de Segura a la adolescencia en Olmedo, donde prendió nuestra amistad en veranos eternos. Loco por la música, nos arrastró a todos al gusto por el folk, algo demasiado serio para chavales de los movidos ochenta. Y entre ellos Javier, quien tras su maldito accidente lleva de espera treinta años para recibirte y cantar contigo.

Porque créanme que hay personas que dejan huella, nos abren los ojos y nos emocionan. Como me emociona recordar cuando nos encontrábamos y soltabas una risotada. «Si todavía no hemos dicho nada», te hacía ver y contestabas «pero diremos una bobada graciosa», una expresión muy tuya y un ejercicio que nos encantaba.

Y hasta que eso vuelva a ocurrir, querido Manolín, me quedo aquí a guardar el fuerte, con mi barredor de tristezas, que canta Silvio Rodríguez. Mientras, te digo que te vas con la música a otra parte y oigo tu condescendencia al calificar la frase como una bobada graciosa, al tiempo que escucho tu carcajada de perenne alegría, que jamás olvidaré.