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Entre los estereotipos recientes que han pasado al estadio de topicazos, practico especial inquina con el «ha llegado para quedarse». Supera mi manía a la que tengo a varios de sus coetáneos como el «arden las redes», «sortea la crisis» o «arranca...» el curso escolar, ... la campaña electoral o la de la patata, que cualquier predicado parece servir para ser arrancado. Quizá entre los lugares comunes de este tiempo solo se salve de mi animadversión el latiguillo «en plan», que los adolescentes cuelan cinco veces cada cuatro palabras, pero que me resulta entrañable por ser sus usuarios quienes son, con una edad con tiempo para corregirse.
Luego están los clásicos como «el marco incomparable», «murió tras una grave enfermedad» –hay que tener mala suerte para morirse de una dolencia leve– o las del argot deportivo que todos conocemos, desde la ciclista «serpiente multicolor» o la futbolística «si va dentro, es gol» –si va fuera, es difícil que sea gol, claro–. Pero convendrán conmigo en que lo de llegar y quedarse suena a intruso en tu vida, a gorrón en tu bolsillo o, lo que es peor, a algo o alguien que va a perturbar tu paz, tu zona de confort, a tumbarse en tu sofá y cogerte tus zapatillas.
Y entre estos asuntos que se anunciaba que llegarían, verían y vencerían estaba el teletrabajo, que fue obligada estrella durante la pandemia. Ahora el turno parece que es de la inteligencia artificial, otra que dicen que ha llegado para quedarse, con el objetivo de ayudarnos ante el preocupante descenso entre los humanos de su predecesora, la inteligencia natural.
Más tangible son los siguientes que vienen para quedarse, los ocho mil y pico alcaldes que saldrán mañana de las urnas, salvo que huyan espantados al comprobar, así en plan, el marco incomparable de las Españas en las que gobernarán.
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