Cartel a la entrada del convento de las clarisas en Belorado. E. Press
Opinión

Fascinación conventual

La atracción por los folletines religiosos nos encandila, como el que protagonizan las clarisas de Belorado, especializadas en elaboración de trufas

Jaime Rojas

Valladolid

Sábado, 18 de mayo 2024, 00:47

Los asuntos eclesiásticos ejercen una honda fascinación entre nosotros. Desde anticlericales obsesionados a capillitas y meapilas insistentes, abren los ojos como platos cada vez que monjas y curas se nos aparecen visibles como hecho noticiable. Y desde católicos bautizados no practicantes a ateos, agnósticos, herejes ... y excomulgados en general, a nadie le amarga un dulce novelesco como el que protagonizan las clarisas de Belorado, precisamente especializadas en elaboración de trufas.

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Todos hemos caído en la tentación de engancharnos a la rebelión en el convento. La abadesa sor Isabel de la Trinidad y el falso obispo Pablo de Rojas Sánchez –los mismos apellidos que mi padre, pásmense, aunque Dios no permita que seamos parientes– son más seductores con su película de trama inmobiliaria que las obras sociales de la Iglesia, admirables pero aburridas para un 'thriller'. Y además con un secundario de lujo, el más berlanguiano de todos, el cura coctelero José Ceacero, que añade rima y sabor a este guion celestial, mezclado y no agitado, como el cóctel de James Bond.

Yo confieso que por segunda vez en unos días peco de fascinación por los asuntos conventuales. Hace tres semanas contaba aquí la historia de las dominicas de Madre de Dios de Olmedo, que celebraron elecciones para designar a su priora. Sor Alegría ganó en las urnas y sustituyó a sor Trinidad que, como su tocaya en Belorado, llevaba nueve años al frente. La de Olmedo reaccionó con un «gloria bendita» al dejar el cargo, pero su homóloga burgalesa parece resistirse aún con el mandato caducado, que la democracia es un pecaminoso precepto para la Pía Unión de San Pablo Apóstol.

La atracción por los folletines religiosos nos encandila, pero ciudado que como cualquier pecado lleva su penitencia, aunque si en este caso es probar las trufas me apunto, que el cielo puede esperar.

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