Cuando viajaba reparaba en cosas que, por ser benévolo conmigo mismo, eran tontadas. Me fijaba en ellas y al final es lo que guardo en la memoria, que para lo demás ya están las postales. Me ocurrió en Ámsterdam, donde hay mucho que recordar, los ... canales, la casa de Ana Frank, los museos, los 'coffeshop' –donde me cobraron un euro por dejarme un cenicero para fumar un ducados– o el Barrio Rojo. Y las bicicletas, por supuesto, donde tienen su paraíso, de cuyos ciclistas me acuerdo de una mujer que amamantaba a su bebé mientras circulaba por los estrechos carriles que bordean los canales.

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Qué habilidad, qué pericia, qué técnica con el pecho fuera y qué bien se le veía al niño, en su paso fugaz por mi lado. Supongo que el chaval, que ahora será algo más que adolescente, nunca se habrá mareado después del entrenamiento al que le sometió su madre, ni tampoco ahogado, porque allí les enseñan desde bebés a nadar por si sufren un accidente y se caen al agua, por ejemplo mientras les dan de mamar.

Los amsterdameses llevan toda una vida en ese mundo de las bicicletas, algo que quiere conseguir Valladolid, entre otras ciudades que aspiran a ser 'bike friendly', por decirlo así, con contemporaneidad. Nos faltan años, que adquirir la destreza de aquella mujer no es cosa de un simple paseo. Pero a mí el tiempo no me importa, que ya lo imagino, y veo mujeres con el pecho al aire y sus infantes succionando mientras transitan por la margen izquierda del Pisuerga y cantan alegres cancioncillas.

Pero démonos prisa en entrenarlo, que en cada elección municipal lo del carril bici causa furor, y puede que otros se adelanten, se declaren municipio amigo de las mujeres habilidosas en bicicleta y perdamos una gran ocasión.

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