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«No nos asusta la guerra. Somos comunistas y tenemos fuertes los nervios», aseguró Nikita Kruschev, líder de la Unión Soviética, en la Asamblea de la ONU, mientras esgrimía su zapato en la mano. La imagen más icónica de la Guerra Fría estremeció en 1960 ... al mundo, que contuvo la respiración ante la posibilidad cierta de un conflicto nuclear, del que el propio dirigente soviético afirmó que generaría «bajas aterradoras». «Lucharemos y venceremos», remató para dejar con tiritona a toda la humanidad, porque los comunistas tienen por costumbre ganar siempre.
Que los nervios de los comunistas eran de acero, como su telón, lo demostraron en Hungría, con el Muro de Berlín o en la Primavera de Praga, donde impusieron su aplomo. En España ya antes habían acreditado su fortaleza neurológica, como en los sucesos de Barcelona del 3 de mayo de 1937. En cuatro jornadas de trincheras en la ciudad, laminaron a los anarquistas, en una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Sangre en las calles de medio millar de muertos y la vida que surgía gracias a mi abuela, de parto ese día para que naciera, en la calle Provenza y en medio del horror, su primogénito, mi tío Rafa.
Si repasan esta y otras historias sus triunfos son más numerosos sobre los propios que frente a los adversarios. Su sistema más genuino son las purgas, especialidad de la casa, con permiso de Benito, de quien cuentan que fue a una farmacia a buscar un purgante, ahora lo llamaríamos laxante, y se curó sin tomarlo. En el caso de Podemos sí les han hecho tragar la medicina clásica del comunismo y han sido evacuados sin contemplaciones de los ministerios que tanto querían. Que eliminar de la escena a camaradas por un bien superior es su receta habitual, aunque los comunistas de ahora sean de salón, peluquería y boutique.
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