La realidad escrita, radiada y televisada nos dibuja un país endiablado, neurótico y polarizado que gira en torno a personajes que se acusan, los unos a los otros, de ser más corruptos, más tramposos, más ladrones, más mentirosos… Una vez tuve un jefe que, cada ... vez que se sentía culpable, me soltaba un y tú más cuando entraba en su despacho. Antes de que abriera la boca, ya me estaba acusando. Sus y tú más intentaban esconder sus errores, con ellos pretendía sacudirse la culpa. En las comunidades terapéuticas de toxicómanos, una norma establecida es que los y tú más están prohibidos porque solo conducen a creer que tus problemas se arreglan señalando los de los otros.

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El y tú más es una añagaza de tahúres que solo sirve para que se enquiste el conflicto y no se solucione, sea este la ineficacia o sea la corrupción. Y no, así no se ataja la podredumbre, al revés, se agudiza y cronifica porque en vez de esforzarnos en extirpar, dedicamos nuestras energías a acusar. Y lo peor es que estas actitudes se convierten en ejemplares y se extienden desde la política hasta los hábitos sociales.

El y tú más como recurso retórico en el patio del colegio, en el plató de televisión y hasta en esas discusiones de pareja que, en vez de abordar los problemas con madurez, globalmente, se enfrentan por lo nimio con la acusación entre los dientes: «Yo no saqué anoche la carne del congelador, pero tú dejaste el ordenador encendido». En esas andamos: yo te acuso de la Gürtel, tú me acusas de los ERE; yo te acuso de Koldo, tú me acusas de Rato. Yo soy corrupto, pero tú más y la conclusión resultante desmoraliza y entristece: la corrupción no importa porque todos la practicamos.

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