Planteamiento A: Los urbanitas son unos pijos, ecologistas de salón que solo van al campo de paseo. Planteamiento B: Los agricultores son egoístas e ignorantes, por cuatro euros destrozarán el medio ambiente. Estos dos tópicos, con algún añadido, recorren estos días las tertulias de café, ... tractorada y cuñadismo. Nada nuevo bajo el sol: el enfrentamiento entre campo y ciudad viene de lejos, exactamente de antes de Cristo.

Publicidad

Horacio y Virgilio ya veían en el campo un lugar de paz y reflexión frente al mundanal ruido de Roma. Y en España, ya en el siglo XV, recurren a ese tópico el marqués de Santillana y Juan del Enzina. Aunque el líder intelectual y literario de la idealización del campo y los campesinos fue Antonio de Guevara, que en 1539 publica un libro cuyo título bien podría aparecer en alguna pancarta de tractorada: «Menosprecio de corte y alabanza de aldea». Guevara influirá en Cervantes, en Góngora y en Lope de Vega, que en las comedias urbanas de capa y espada, mucho antes de odiar la corte por resentimiento, exalta lo positivo del campo frente a las mentiras del mundo urbano y cortesano.

«Nosotros somos los verdaderos ecologistas», proclaman estos días los agricultores y asiente el imaginario colectivo español, marcado secularmente por los mensajes de Guevara: «En la aldea son los hombres más virtuosos y menos viciosos que en la corte (…), (donde) todos dicen haremos y ninguno dice hagamos». Pero «nada es verdad ni es mentira», lo escribió Campoamor 300 años después: ni los urbanitas son «ecopijos» ni los campesinos son «egoignorantes». Planteamiento C: Busquemos la síntesis entre la ecología y la ganancia o acabaremos con la corte y con la aldea.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad