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«Hay mafia en la feria de ganado,
el precio de las vacas disparado;
un hábil forajido vende caro,
lo que a otros tratantes ha robado.
Cuatreros de ganado en el tren de Matallana...».
Era 1987 y en las emisoras de radio, especialmente en las ... de la provincia de León, sonaba con fuerza la letra de aquellos 'Cuatreros de ganado' del grupo Deicidas. Y en su letra un apunte directo a un protagonista único: el tren de Matallana.
Que la figura de este Hullero estuviera en la música de moda da una idea del enorme calado que este tren de vía estrella tenía y tiene en la sociedad leonesa. Tan necesario ha sido, tan grandes han sido las historias que se han fraguado en sus vagones, tan reconocido y amable resulta por la sociedad civil.
Apenas hace unas jornadas se cumplieron cien años de la puesta en marcha de este histórico tren que hoy se encuentra alejado del centro de la ciudad y suma una década de aislamiento urbano.
Deicidas no fue el único que hizo memoria del tren de Matallana. El poeta Antonio Gamoneda siempre le ha tenido presente. Y sus versos le hacen memoria:
«A las ocho del día en febrero / aún es de noche. // Subimos a este tren algunos hombres / por motivos diversos. // No hay aún luz en los vagones, sólo / oscuridad y aliento. // No nos vemos los rostros pero sentimos / la compañía y el silencio. (...) // Éste es un tren de campesinos viejos y de mineros jóvenes. / Se ve algo que une / más que la sangre y la amistad», recordaba.
Julio Llamazares o Julio Suárez con su reportaje sobre el ¡Caballo de hierro' se sumaron a recordar la memoria de un tren que ha dejado huella, recuerdos y vidas prendidas al paso por las diferentes estaciones.
El tren de Matallana fue una gesta que tomó forma en 1923 y permitía poner en marcha el tramo León-Matallana que establecía y culminaba el servicio directo de personas y mercancías, entonces esencialmente mercancías, entre la capital leonesa y Bilbao.
Y así, ese tramo, ese tren en ese punto, se convirtió en el hijo predilecto de la línea estrecha, cuya historia comenzó mucho antes.
La vía estrecha despertó por el empeño de un grupo de inversores de la burguesía y banca bilbaína. Y allí Mariano Zuaznavar Arroscaeta, ingeniero de La Vizcaya, una de las principales fábricas pioneras en el desarrollo siderúrgico vizcaíno, logró que el Ministerio de Fomento aprobara el proyecto del «Ferrocarril hullero de La Robla a Valmaseda», para la historia, «el ferrocarril de La Robla» o «el Hullero».
Aquel tren debía enlazar el puerto y la zona industrial bilbaína con las cuencas carboníferas del norte de Palencia y León que se extendían hasta La Robla, localidad que, al fin, le marcó con su nombre. En León los hombres se metían como topos en la tierra para extraer carbón y en Bilbao el mineral se consumía como si tuviera que alimentar las calderas del infierno.
Con el trajín imaginable de una empresa tan comprometida en 1923 alcanzó un hito en su carrera: llegó a la capital.
Día a día, año a año, el 'tren de Matallana' suma una vida a sus espaldas. Por él ha pasado el cólera, superó la crisis del hierro, sobrevivió a la Guerra Civil y ahora sobrevive a más de una década de paro forzoso en el apeadero de la Universidad, como si las puertas de la ciudad le hubieran sido cerradas con candado.
Tanto ha vivido y sufrido, que parece inmortal.
Ahora cumple un siglo de vida, un siglo de historias, cien años de compañía para los leoneses. Casi sin querer, hoy parece más vivo que nunca.
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