Mariposa no entiende nada. Acostumbrada a disfrutar en el verde entorno de la localidad de Tejedo del Sil, a pasar el tiempo junto a sus compañeras y a vivir tumbada a la intemperie como si el mañana no existiera, en los últimos días se ha ... tenido que pelear con el asfalto y la ciudad. Falta de costumbre, sin duda. Ella, que se pasa el día caminando plácidamente de un monte a otro, bajo la brisa del aire, acompañada por el rocío matinal y sin el estruendo de los automóviles, ha tenido que soportar el duro caminar por la provincia de León sin entender ni el motivo ni la ocasión que le han llevado a ese singular cambio de aires.
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Mariposa es una vaca parda de montaña, a la que su dueño ahora no puede proporcionar el pasto que se necesita. Y por ese motivo en los últimos días ha realizado parte del camino desde la localidad de Tejedo del Sil, en la montaña leonesa, hasta León capital y siempre acompañada de su dueño, Baldomero. Todo parecería una imagen casi de película, un relato rural con un punto de épica personal, si no fuera por el hecho de que la marcha de ambos ha tenido en los últimos días como fin denunciar una discriminación homofóbica, una marginación mal entendida y un desprecio fuera de lugar.
Baldomero, ganadero, trabajador y orgulloso homosexual, asegura que tanto él como Isidro, su pareja, sufren un acoso insoportable que se hace visible en desprecios públicos por su condición, desprecios que terminan afectando a sus explotaciones: se les recortan derechos en los pastos y eso arruina las posibilidades de crecer en una explotación que ya tiene un centenar de vacas, asegura.
–«Sólo quiero trabajar en paz y que me respeten. Que nos dejen tranquilos y que podamos trabajar del mismo modo que lo hacen los demás», mantiene. Sus requerimientos, remarca, nunca fueron atendidos y tal punto alcanzó la discriminación sufrida que finalmente optó por marchar caminando junto con sus vacas Valenciana y Margarita durante 115 kilómetros, hasta la capital.
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Él tiene claro que su orientación sexual no gusta a la veintena aproximada de residentes en el pueblo de Tejedo. «No nos vamos a quedar parados ni a callarnos. Ahora lo niegan, pero hemos tenido reuniones en las que a mí me han llamado analfabeto o maricón», ha llegado a denunciar. El problema es que sin pastos, sin esos pastos que él reclama con vehemencia para sus reses, no hay PAC, y sin las ayudas agrarias que facilita la Unión Europeo la viabilidad de la explotación ganadera de su propiedad queda altamente comprometida.
En su relato añade que todo comenzó tres años atrás cuando Baldo asumió la ganadería de sus padres al fallecer ambos. Según su relato un año más tarde comenzó a tramitar ante la junta vecinal el acceso al campo comunal al que, como vecino, tiene derecho a ocupar. Y a partir de ese instante, una cascada de despropósitos.
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–«Maricones», asegura que le han dicho en más de una ocasión cuando ha reclamado los pastos. Y así, con los insultos y los desprecios en el bolsillo, se ha acercado hasta las instituciones públicas en busca de amparo. Amparo personal y administrativo. La junta vecinal mantiene que todo es mentira, que en realidad el ganadero no acudió nunca a la subasta de los pastos, al mismo tiempo que le tachan de «mentiroso compulsivo» y «manipulador». Esta España tan diversa tiene asuntos pendientes de calado. En el mundo rural, también. La historia de Baldo huele a alcanfor y se dibuja en blanco y negro. Revivir el pasado lastima. Tan extraño es todo que ni la más cuerda de la historia, Margarita, lo entiende.
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