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A los leonesistas, esos tipos tan raros del norte de la comunidad, ahora les ha dado por querer gobernar las instituciones. El paso, que ha quedado casi inadvertido en el frenesí electoral, evidencia un cambio de signo que hasta la fecha era imposible de imaginar.
Ellos, enredados en no pocas ocasiones en sus cuitas internas, con un aire de ejército de Pancho Villa donde cada cual tira para un lado y en no pocas ocasiones sumidos en discusiones por 'el ente', 'la cosa' y 'el más allá' (aspectos de lo más inútiles en la vida política) han decidido ahora que deben demostrar su capacidad de gestión.
Lejos quedan aquellos tiempos en los que ocupar un vacío cargo de vicealcalde en el Ayuntamiento de León, o sacar el zapato para golpear la mesa del escaño en las Cortes, parecían lo más importante de su gestión. Ahora, y ese es su discurso, han decidido que deben trasladar a la sociedad su capacidad para liderar instituciones y gestionar las mismas.
La oposición es dura y desesperante, pero también relativamente cómoda y poco exigente si se compara con el ejercicio del buen gobierno. Y quienes ahora asoman la cabeza han vivido en esa trinchera durante un buen tiempo, en ocasiones porque allí les puso el electorado y en otras, cuando tuvieron la oportunidad, por esa falsa negación del protagonismo y el temor a la exposición pública.
Así que ahora este ejército que para muchos ha salido de la aldea al norte de la antigua Galia, la misma donde residían Asterix y Obelix, está dispuesto a llevar las riendas de una gran institución local.
La política leonesa tiene un punto de permanente estado de ebullición que permite este tipo de situaciones. Que un diminuto guerrero (Asterix) y un fornido compañero de viaje (Obelix) adquieran ese nivel de protagonismo cuando apenas un puñado de años atrás el leonesismo estaba en el sumidero dice mucho de este movimiento, y de su entorno.
Del propio leonesismo porque su innegable existencia puede estar más o menos evidenciada, más o menos oculta, pero nunca desaparece, y del entorno porque las grandes marcas políticas nunca se han tomado la molestia de entender a quienes van con la bandera de un lado para otro (en ocasiones, como pollos sin cabeza).
Los nuevos méritos de la corriente más localista tienen mucho que ver con el orden interno que poco a poco va adquiriendo. El leonesismo siempre ha sido un movimiento desmembrado, empeñado en abrir frentes de todo tipo y dispuesto a deshilarse sembrando caos y fracaso.
Cohesionar a los leonesistas es tan complicado o más que unir a todas las familias de los socialistas leoneses, o a todos los familiares de los populares leoneses.
En el éxito del «independentismo rebelde» de «esa aldea de locos que viven al norte de la comunidad», palabras con las que se ha bautizado a ese movimiento localista, también tiene mucho que ver el empeño de otros partidos por asomarse al vacío.
En especial el PP, tan obsesivo con el orden en no pocas ocasiones y ahora dispuesto a entregar la alcaldía de León con la peor candidatura posible. Tan evidente era el error , tan clamoroso, que la oferta final era casi un sainete.
El resultado es el que hoy se ve. Una veintena de municipios con bandera leonesista en lo alto del balcón, entre ellos el tercer ayuntamiento más importante de la provincia, y la mirada puesta en la presidencia de la Diputación Provincial.
Es el éxito de los rebeldes de Galia, aupados por los errores de quienes siempre les han visto como un insignificante error político. Una distorsión, que evidentemente no es tal.
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