Matteo Renzi, al frente de su pequeño partido Italia Viva (las encuestas le dan menos de un 3% de votos), fundado en septiembre 2019 al desgajarse del Partido Democrático, del que fue líder político, abrió a mediados del mes pasado una crisis de gobierno que ... el 70% de los italianos consideró que era «una locura», y que produjo «rabia, preocupación y desconcierto», según una encuesta de La Stampa. El mismo sondeo señaló la gradación de las prioridades del país en aquel momento: en primer lugar, estaba el relanzamiento de la economía nacional (22,2%), con especial atención al tema del trabajo y el empleo (24,8%), junto a la emergencia sanitaria (17, 2%).
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La rebelión de Renzi contra el entonces primer ministro, Conte, y que se plasmó en la retirada de dos ministros del Gobierno de coalición, fue explicada por aquel con el argumento de que Conte era «inadecuado» para guiar a Italia en una fase crucial de su historia, la gestión de los fondos de reconstrucción, cuando está a punto la llegada de ingentes recursos europeos (unos 209.000 millones de euros es la cantidad con que cuenta Italia), que deben servir para modernizar un país tecnológicamente muy atrasado, y muy necesitado por tanto de obtener recursos para los tres vectores de la modernización que postula Bruselas: digitalización, descarbonización y formación.
Aquella crisis -«mediante la cual el político más impopular de Italia (Renzi) pretende acabar con el más popular (Conte)», ha dicho el ex primer ministro Massimo D'Alema- no tuvo solución por la enemistad profunda entre Conte y Renzi, y el presidente de la República, Mattarella, tras diversas consultas, ha optado por el Gobierno de unidad nacional, presidido por un tecnócrata. Mario Draghi, expresidente del BCE, sonó desde el primer momento, y aceptó el encargo, que finalmente ha fructificado el pasado jueves en que Draghi logró la investidura por 535 votos, algunos menos que los que consiguió el también 'técnico' Monti en 2011.
Draghi pretendió confeccionar un gobierno íntegramente técnico pero las fuerzas políticas, necesarias para consagrar el nuevo Ejecutivo, no lo han admitido, y finalmente el Gobierno está compuesto por ocho técnicos y 15 políticos (de todos los partidos excepto los ultraderechistas Hermanos de Italia que han querido quedar fuera); el hombre clave será Daniele Franco, que ocupará el Ministerio de Economía y Finanzas; ex director general del Banco de Italia, experto en finanzas públicas y hombre de absoluta confianza del futuro primer ministro, será el encargado de distribuir los fondos europeos.
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Aunque es difícil no sentirse tranquilizado por esta salida italiana a la crisis por la solvencia de los nombres que integran el tercer Ejecutivo de la actual legislatura, produce cierta inquietud que por sexta vez el primer ministro italiano no provenga directamente de las urnas sino que sea un independiente de prestigio capaz de suscitar la unidad nacional. Los otros cinco fueron, como se recordará, Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi, Paolo Gentiloni y el propio Conte, en su primer mandato.
La fórmula no es objetable jurídicamente, y también sería aplicable a España, cuya Constitución no obliga a que el presidente del Gobierno surgido de una moción de investidura o de censura sea parlamentario. De hecho, Sánchez alcanzó la presidencia del Gobierno en la moción de censura de 2018 sin ser diputado. Sin embargo, la fórmula, opinable, nos parece a algunos políticamente incorrecta, quizá porque aquí ya tuvimos que vivir en el régimen anterior las teorías tecnocráticas del Opus Dei en los gobiernos franquistas -puesto que los problemas tienen una única solución óptima, lo mejor es que los resuelva el mejor experto-, que ignoraban, claro está, que uno de los fundamentos de la democracia consiste en aceptar que los problemas tienen diversas soluciones válidas, y que por lo tanto es lógico que exista un abanico plural de propuestas, representadas por partidos distintos que proponen terapias diferentes. Es esta realidad la que justifica el pluralismo y excluye racionalmente la dictadura en que el autócrata tiene siempre la pretensión de manejar una especie de 'verdad revelada'.
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Por fortuna, aquí hemos solucionado políticamente las etapas recientes de inestabilidad y dificultades para formar gobiernos. Así debemos continuar, descartando el dudoso modelo italiano de primeros ministros 'independientes'.
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